Cáncer en el Trópico, II
Amanecer en el trópico
En la prensa:
Crueldad extrema
Muchos condenan ahorcadura de perra
El asesinato del animal produce muchos lamentos
Por Redacción / El Caribe
Viernes, 3 de marzo de 2006
La apacible caminata matinal de personas que se
ejercitan en los alrededores del Jardín Botánico fue perturbada ayer por
la macabra escena de una perra que fue colgada de un árbol.
El crimen conmocionó también a niños y adolescentes que transitan por la
avenida República de Argentina en su diario trayecto a clases.
Numerosas personas que tienen animales domésticos condenaron lo que
definieron como un crimen y un acto de extrema crueldad.
Algunos se detenían impactados por el hecho mientras comentaban que
quienes perpetraron el crimen son capaces de asesinar a cualquier ser
humano.
“Hay que ser una bestia o un ser completamente insensible para horcar a
una indefensa perra cuyo delito al parecer fue haber quedado preñada,
por lo que constituye además un crimen múltiple”, dijo con marcado enojo
e impotencia un señor que cada día le da dos vueltas al parque botánico.
Otros consideraron que sólo una mente muy perversa y perturbada pudo
haber cometido el acto salvaje, ya que al parecer escogió
deliberadamente el lugar para que de manera obligada el cuerpo exánime
del animal tuviera que ser contemplado por muchas personas.
Copyright © Periódico El Caribe, 2006
CARRETERA X
Más crueldad no es posible
Por Domingo Abréu Collado
(Domingo, 5 de marzo de 2006)
Como lo normal es que los seres humanos nos coloquemos
en el centro y midamos con nuestra vara todo lo que ocurre, a la vez de
medir qué cosa es mala o buena, dependiendo de si nos atañe o no,
coloquémonos como humanos en el lugar de esa tortuga terreste (hicotea)
que vemos en la foto.
Digamos que alguien lo captura a usted un buen día en que está
frescamente sentado a la orilla de un río, dormitando y con un vaso de
limonada al lado mientras escucha música de Raíces (102.9 FM). Al
capturarle, ese alguien lo saca a usted de tan equilibrado y fresco
ambiente para abrirle un hoyo con un gran clavo en una nalga, pasarle
una soga sucia y colgarle cabeza abajo en un palo, al sol, sin agua, sin
sombra y sin comida. ¿Se puso usted en el lugar de esa hicotea? ¿Y qué
tal? ¿Cómo se siente?
Lo primero es que la gente piensa que por ser un caparazón duro las
tortugas no sienten cuando se lo perforan o lo rompen, aunque se ve que
sangran. Lo segundo es que esa -colgando cabeza abajo- no es la posición
normal de una tortuga, como tampoco es la posición normal de una
persona, mucho menos colgando de una soga por un hoyo en una nalga.
El propósito de la exposición de las hicoteas en la carretera, entrando
a San Pedro de Macorís (donde las vimos), es venderlas para ser comidas.
En muchos casos las hicoteas son compradas para hacerles sopa a las
mujeres recientemente embarazadas para disminuirles los malestares del
embarazo, según nuestra tradición campesina, cosa que debe hacerse sin
que lo sepa la embarazada.
Es posible que este mito sea una de nuestras herencias indígenas, pues
para los Taínos había una relación entre las tortugas y la maternidad,
pero nada relacionado con esta crueldad.
Ahora, lo que no saben quienes venden estas hicoteas, y tampoco saben
los que las compran, es que en ese estado de la hicotea: colgando cabeza
abajo, al sol quemante, hambrienta, sedienta, y quien sabe por cuanto
tiempo; el animal sufre un estrés tal que produce una cantidad de
toxinas tan amplio que pueden hacer mucho más daño al que se la coma que
lo poco que podrá contribuir su ingesta a su nutrición.
Por otro lado, la captura de hicoteas, la contaminación de nuestros ríos
y humedales, la desaparición de manglares, la desecación de zonas
húmedas para urbanizar y la eliminación de bosques en general,
principalmente de nuestras zonas bajas y de valles, va llevando a estos
animales a la extinción.
Las que vemos en las carreteras, cruelmente expuestas, como esta que
cuelga al entrar a Macorís, puede que sea de las últimas hicoteas
nativas, nuestras, que nos queden, pues las que están siendo
introducidas nunca van a poder sustituir a nuestras hicoteas en su
ambiente natural.
Por lo menos imagínese usted colgando de una nalga y al desespero del
que será metido en una olla de agua hirviente... ¿qué se siente?
Copyright © Domingo Abréu Collado y periódico Hoy, 2006
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