El lenguaje secreto de las mujeres

Jueves, 16 de febrero de 2006Ramón Paredes

 


Atardecer sobre el Océano Atlántico, a unos 38,000 pies de altura
(desde la ventana de un American Airlines Boeing 757,
ruta Puerto Plata-Nueva York)
(jueves, 16 de febrero de 2006)



Una cosa que siempre lamentamos es no tener una hermana mayor que nosotros. Tuvimos una menor, es cierto; pero apenas tuvimos tiempo para verla crecer: cuando llegó el momento de salir de la casa para continuar los estudios en tierra lejana o en el extranjero, ella era apenas una niña de ocho años.

Todo aquel que tuvo una hermana mayor sabe que hay un lenguaje, de signos y símbolos, de laberintos, de pasillos largos y oscuros, que sólo lo hablan y lo conocen las mujeres —y algunos de los hombres que tuvieron la suerte de tener una hermana, de mayor edad, que se lo enseñó ya sea después de muchas peleas innecesarias o bien a través de explicaciones inevitables.

Ese lenguaje no sólo se limita a las casuales ocurrencias caseras sino que también incluye tácticas y a veces acciones que uno, como nosotros que no tuvimos a esa hermana de mayor edad, simplemente no logramos descifrar por mucho que tratemos de entenderlo.

La confusión bien empieza en la infancia, y sólo se aclara cuando las canas nos avisan que nos estamos poniendo viejos. (Esa advertencia de que son de conocimiento y de sabiduría, y no de vejez, es sólo una protección más que usamos algunos hombres para creernos jóvenes.) Aquella niña, inteligentísima, que nos desprecia y sólo parece empeñada en destacar nuestras debilidades y nuestros defectos irremediables, nos cuenta después que nos creía muy especial y que aquellos malos momentos juntos fueron experiencias inolvidables. La hermana que no estaba bien pudo explicar las cosas, y quizás aclarar la confusión que nos perseguiría casi toda una vida.

Lamentablemente, no hay manuales o diccionarios que nos adiestren en este lenguaje secreto. Ni en la infancia. Ni en la adolescencia. Y mucho menos cuando uno es adulto. El problema parece ser que los hombres que contaron con una hermana de mayor edad no quieren relevar esos códigos sagrados, y las mujeres niegan rotunda y categóricamente que tengan un lenguaje secreto.

Así que uno tiene que aprenderse los códigos a medidas que se dan las explicaciones —casi siempre, muchos años después del error. Un desafío, se nos dice después, era en realidad una invitación; una amenaza, una declaración.

Uno, entonces, como el señor Saval de “Arrepentimiento”, el cuento de Maupassant, tiene que esperar treinta años para vislumbrar algo que no se entendió antes. Lamentablemente, ya para esa fecha, si hay árboles, no tienen hojas, y si hay lágrimas, no hay nadie por quien derramarlas.




 

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10:17 P.M.


 
 

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